Camino a paso lento pero con decisión, miro las huellas que dejo en la arena, en esta arena que me consume un poco más cada segundo. El sol está en su punto más alto y abrasa cada centímetro de mi débil cuerpo. Llevo más de dos días sin ver rastro de vida en muchos kilómetros y la desesperación comienza a apoderarse de mí.
El desierto, cualquiera que sea, consume a las personas no sólo por su calor, sino que atrapa las almas de todos aquellos que se aventuran a recorrer sus dunas. Hay muchos que no llegan a salir siquiera de aquellas interminables mareas doradas, pero todo aquel que sale sabe perfectamente, que una parte de él, una parte de su espíritu, se queda para siempre en ese misterioso lugar.
Llevo más de medio siglo recorriendo tierras inhóspitas, inhabitadas, tierras en las que el hombre blanco perdería el sentido. Tengo un perfecto sentido de la orientación, pero este desierto anula cualquier conocimiento y puedo decir a estas alturas que estoy perdido, no solo perdido por este desierto, perdido en mí mismo, no llevo un rumbo claro.
Son ya varias las horas, no sé exactamente cuántas horas, aún llevando un reloj, en el desierto el tiempo se mide de forma muy distinta, aquí todo es más eterno; y continúo viendo las mismas dunas, los mismos granos de arena que buscan la sombra unos con otros. Sé que es sólo una impresión. En mis viajes al Congo selvático aprendí que todos los árboles, que toda aquella masa verde siempre era distinta. Pero esta impresión puede conmigo, creo que a cada paso que doy retrocedo varios y siempre estoy más lejos de mi destino.
No me queda apenas agua, las fuerzas se me agotan y creo que he perdido el verdadero rumbo de mi vida. En estos momentos no me importaría que estas arenas me engulleran para siempre porque jamás me repondría de este maldito desierto.
Cada segundo, cada minuto es una eternidad en el desierto. No oyes un sonido, un ruido que despierte tu interés y que siembre de esperanza tu corazón en ruinas. Ya no te quedan fuerzas para ver espejismos y lo único que verdaderamente sientes es el de que ya no puedes más, que este mar de arena puede contigo y te arrastra a su interior, donde sabes que solamente hay más granos de esta envenenada arena.
A lo largo de la historia la sombra, la oscuridad ha tenido un significado maligno. La sombra ha representado al demonio, al lado negativo de las cosas y de las personas. Sólo pido un poco de sombra, en la que no sólo descansar de estos rayos que me atraviesan como espadas ardientes, también para reponer mi alma, que no se la lleve este desierto.
Escucho un sonido, una nota musical que supone un verdadero golpe en mi pecho y que recorre de manera fugaz todo mi cuerpo. Siento una breve sensación de ilusión, la alegría se apodera de mi y saco fuerzas para correr. Corro todo lo que esta arena me deja, hundiendo cada una de mis botas y dejando unas huellas que pronto se borrarán. Levanto los brazos por si alguien puede verme, por si puede oír mis gritos mudos. Subo una duna que se me hace eterna, me queda poco para alcanzar la cima y poder ver quién ha provocado ese sonido esperanzador. Me quedan pocos metros y las fuerzas que me inundaron los primeros segundos comienzan a fallar. Caigo al suelo y comienzo a arrastrarme por la arena. Solo me quedan unos metros. Llego, levanto la cabeza para poder mirar hacia el otro lado de la duna, desde donde proviene el sonido que me desgarra lentamente. Era el verdadero susurro del diablo.