Una muela que no cierra por vacaciones

Un trozo de muela se ha desprendido hoy del resto de una de mis piezas dentales y se me viene a la mente el calvario que el autor de «El antropólogo inocente», Nigel Barley, pasó en Camerún. En esta obra el inglés relata como tras romperse varios dientes busca de forma desesperada una clínica dental que pueda solucionar el problema y acaba contagiado por la hepatitis tras haberle sido inyectada una aguja en mal estado.

Mi caso no es tan dramático. Como he dicho se me ha roto un pedazo de una muela y he salido en búsqueda de una clínica para que me observaran. La calor en Sevilla a las cinco de la tarde a finales de agosto es impresionante, pero aún así me he armado de valentía y he salido optimista en búsqueda de un dentista que estuviera abierto.

«Cerrado por vacaciones». «Cerrado por vacaciones». «Volvemos el dos de septiembre». Rezan los carteles situados en las puertas de todas las clínicas dentales a las que he ido. Algunas ni se han molestado en indicar que van a estar cerradas. No me he conformado y he llamado a ver si alguna de las que no he podido visitar estaba abierta por casualidad. Pero nada. En ninguna han descolgado el teléfono.

Toca esperar una semana para que me miren la boca y me den una solución. Mientras toca seguir estudiando, que más que hacer que se me olvide el problema del diente, provoca que cada segundo recorra con la punta de mi lengua el agujero que ha quedado en la muela.

Mamá, quiero vivir en África

Cada día me doy cuenta lo realmente difícil que es decirle a tu entorno que quieres marcharte a África, que tu futuro está en aquel lugar. La sola mención de tu intención de viajar e instalarte en dicho continente hace que su mente te dispare unos gestos extraños. No comprenden por qué quiero irme a ese lugar.

La familia no desea que me vaya tan lejos, ni mucho menos a África. Los amigos se ríen cuando oyen mi idea de marcharme. ¿A África? ¿Qué se te ha perdido allí? Y si hablamos de compañeros o conocidos, sus posturas son infinitas, pero todas negativas a la idea de vivir en algún país africano.

Lo cierto es que a veces llego a comprenderlos. La información que nos llega sobre África a través de los medios de comunicación, y nuestros propios prejuicios hacen que para muchos este lugar sea un lugar desapacible para vivir.

Adiós a «Lo primero al despertar»

Hasta ahora todo lo que aparecía en el blog eran las primeras reflexiones e ideas que se me venían al coco justo después de dejar de dormir. Por esta razón, en principio el nombre de este rincón iba a ser «Lo primero al despertar».  A partir de hoy esto va a cambiar, voy a dejar de publicar únicamente este tipo de entradas y voy a darle un toque más «serio». Seguiré publicando mis primeras reflexiones del día, pero habrá otras más sesudas y documentadas, más trabajadas. Además tengo la intención de publicar imágenes de distintos lugares, pues «El caminante sin camino» es un blog sólo apto para viajeros y aventureros.

Limosna en África

Odio tener clichés sobre cualquier cuestión, y si está África de por medio más aún. Pero es inevitable tenerlos en torno a este continente cuando uno nunca lo ha pisado, cuando no ha postrado sus pies sobre este lugar.

Siempre he leído en las obras que hablan sobre África, tales como las de Javier Reverte o Ébano de Ryszard Kapuscinski, que un europeo cada vez que llega a un lugar africano, ya sea a una ciudad o en medio del desierto, siempre le esperan una multitud de niños que piden limosna o intentan vender cualquier cosa que posean al visitante.

Llevo unos días dándole vueltas a esto. Mi mayor deseo es vivir en África, no sé si para siempre, pero no quiero un viaje con billete de vuelta ya comprado. Por esta razón, tengo la inquietud, espero que no sea miedo, sobre cómo actuar frente a esta masa de niños que te acorrala y te piden dinero. Tengo la curiosidad de saber cómo se han enfrentado otros viajeros a tal situación y cuál es la mejor forma de actuar en ese momento.

La única forma de conocer cómo actuar ante determinadas situaciones es vivirla, sentirla, observar de ese momento único y aprender. Imagino que la experiencia será la única que nos dirá en cada situación qué debemos hacer, cómo debemos mostrarnos ante cualquier hecho con el que nos encontremos.

Más de una África

Sigo sin comprender cuál es la verdadera razón para que desde el “Primer Mundo” tengamos un concepto de África equivocado. Aún hoy seguimos pensando que el continente africano es un todo, que son millones de negros, que hablan sus “lenguas raras” y que todos tienen una misma cultura.

No hay nada más alejado de la realidad. En África existen una multiculturalidad, una riqueza de lenguajes en los que se combina el inglés, el francés o el portugués, con los idiomas autóctonos; y una multitud de étnicas incontables. Para quien conoce realmente África se le hace impensable que todavía no se conozca esto.

Desde diversos proyectos se está llevando a cabo una campaña de difusión para que se conozca la realidad, para que sepamos de una vez qué significa África.  Han aparecido numerosos proyectos como Wiriko.org en el que se intenta dar a conocer las culturas de los diferentes países africanos.

El miedo a África

África. Cuando la mayoría de las personas que conozco escuchan esta palabra suelen tragar saliva y tras unos segundos respiran de forma que parecen sentirse más aliviados. Al principio, no entendía el porqué de su comportamiento al oír que me gustaría marcharme al continente africano para hacer lo que más me gusta, que es escribir, contar lo que sucede en los lugares más lejanos del planeta.

Más tarde, achaqué esta conducta de intentar taparse los oídos para no escuchar mis palabras sobre África, a que no querían de ningún mudo imaginarse a ellos mismos viviendo allí. Para ellos sólo existe en aquel lugar miseria, enfermedades y guerras. “Además, ¿cómo voy a ir yo allí, si no hay ni una ducha caliente?”

Como ya escribí para la web Actualidad24.net, una gran parte de la culpa de que se manifiesten estos sentimientos hacia África la tiene los medios de comunicación. A ellos les interesa sólo mostrarnos la cara más negativa del continente.

Posteriormente, la experiencia me hizo ver que no sólo los medios influyen en las personas para que éstas no quieran de ningún modo poner sus pies en el continente africano, sino que el motivo esencial es el miedo. Los “occidentales” tenemos auténtico pavor a lo que nos podemos encontrar allí. Nos causa un enorme terror visitar aquel lugar tan desconocido, tan diferente. El miedo es realmente lo que nos paraliza y no nos hace ver que hay más allá de nuestras fronteras.

Dicen que aquellos que viajan a África quedan tan impresionados que nunca podrán dejar de volver al lugar. Dicen que contagian una enfermedad muy diferente a la de la malaria, tan temida por los del “Primer Mundo”, una enfermedad incurable y que dura toda la vida. Esta enfermedad se introduce en el cuerpo de una manera casi mortífera, un gusano que no permite abandonar nunca más el deseo de volver a África.

Amaneceres cobrizos

Por megafonía avisan que quedan sólo veinte minutos para llegar al aeropuerto y aflora en mí el mismo sentimiento que me sacude cada vez que vengo a este dichoso continente. No estoy en el asiento más cercano a la pequeña ventana de mi avión, pero hago un esfuerzo y desde ella sólo puedo ver arena y más arena. Un mar cobrizo que se extiende hasta más allá de la línea del horizonte.

Cuando el avión toca tierra puedo distinguir en las caras de los desconocidos que me rodean,  aquellos que han estado en esta tierra más veces, de aquellos que son primerizos. Puedo ver cómo durante todo el viaje los novatos reflejan una mezcla de nerviosismo e ilusión. Pero cuando el desplazamiento está llegando a su fin, estos sentimientos se unen al de terror. Un miedo profundo al aterrizaje, y un pavor enorme por lo que puedan encontrarse en su nuevo destino, pánico a lo que África pueda tener reservado para ellos.

Llegamos con los primeros rayos del día y es imposible no recurrir a la más que manida frase de: “No has visto un amanecer hasta que lo ves en África”. Es cierto que existen amaneceres únicos como los que divisé desde las costas de California o tumbado frente a la Patagonia chilena, pero en África los amaneceres te llegan de manera intensa. La luz es especial, los tonos cálidos dan a todas las figuras, que se interponen entre la fuerza de los rayos del sol y nuestra mirada,  una sombra única. No has visto un amanecer hasta que no ves esa llama que poco a poco se apaga rodeando dunas, perdiéndose poco a poco bajo ellas y dejando paso a la dura noche en el desierto.

El desierto silencioso

Camino a paso lento pero con decisión, miro las huellas que dejo en la  arena, en esta arena que me consume un poco más cada segundo. El sol está en su punto más alto y abrasa cada centímetro de mi débil cuerpo. Llevo más de dos días sin ver rastro de vida en muchos kilómetros y la desesperación comienza a apoderarse de mí.
El desierto, cualquiera que sea, consume a las personas no sólo por su calor, sino que atrapa las almas de todos aquellos que se aventuran a recorrer sus dunas. Hay muchos que no llegan a salir siquiera de aquellas interminables mareas doradas, pero todo aquel que sale sabe perfectamente, que una parte de él, una parte de su espíritu, se queda para siempre en ese misterioso lugar.
Llevo más de medio siglo recorriendo tierras inhóspitas, inhabitadas, tierras en las que el hombre blanco perdería el sentido. Tengo un perfecto sentido de la orientación, pero este desierto anula cualquier conocimiento y puedo decir a estas alturas que estoy perdido, no solo perdido por este desierto, perdido en mí mismo, no llevo un rumbo claro.
Son ya varias las horas, no sé exactamente cuántas horas, aún llevando un reloj, en el desierto el tiempo se mide de forma muy distinta, aquí todo es más eterno; y continúo viendo las mismas dunas, los mismos granos de arena que buscan la sombra unos con otros. Sé que es sólo una impresión. En mis viajes al Congo selvático aprendí que todos los árboles, que toda aquella masa verde siempre era distinta. Pero esta impresión puede conmigo, creo que a cada paso que doy retrocedo varios y siempre estoy más lejos de mi destino.
No me queda apenas agua, las fuerzas se me agotan y creo que he perdido el verdadero rumbo de mi vida. En estos momentos no me importaría que estas arenas me engulleran para siempre porque jamás me repondría de este maldito desierto.
Cada segundo, cada minuto es una eternidad en el desierto. No oyes un sonido, un ruido que despierte tu interés y que siembre de esperanza tu corazón en ruinas. Ya no te quedan fuerzas para ver espejismos y lo único que verdaderamente sientes es el de que ya no puedes más, que este mar de arena puede contigo y te arrastra a su interior, donde sabes que solamente hay más granos de esta envenenada arena.
A lo largo de la historia la sombra, la oscuridad ha tenido un significado maligno. La sombra ha representado al demonio, al lado negativo de las cosas y de las personas. Sólo pido un poco de sombra, en la que no sólo descansar de estos rayos que me atraviesan como espadas ardientes, también para reponer mi alma, que no se la lleve este desierto.
Escucho un sonido, una nota musical que supone un verdadero golpe en mi pecho y que recorre de manera fugaz todo mi cuerpo. Siento una breve sensación de ilusión, la alegría se apodera de mi y saco fuerzas para correr. Corro todo lo que esta arena me deja, hundiendo cada una de mis botas y dejando unas huellas que pronto se borrarán. Levanto los brazos por si alguien puede verme, por si puede oír mis gritos mudos. Subo una duna que se me hace eterna, me queda poco para alcanzar la cima y poder ver quién ha provocado ese sonido esperanzador. Me quedan pocos metros y las fuerzas que me inundaron los primeros segundos comienzan a fallar. Caigo al suelo y comienzo a arrastrarme por la arena. Solo me quedan unos metros. Llego, levanto la cabeza para poder mirar hacia el otro lado de la duna, desde donde proviene el sonido que me desgarra lentamente. Era el verdadero susurro del diablo.